Resulta que días antes de brincar resueltamente el alambre por Mecsicali, me despedí sentidamente de mi ñora allá en Ranchotitlán de los Orgasmos, Nañarit.
El drama desgarrador por la inminente ausencia prolongada se atenuó una vez agotado el mar de llanto de los de ver. Ya más tranquilota y resignada, me recomendó encarecidamente que aprovechara al máximo la oportunidad de chambear en el “Norte” y que tercamente insistiera hasta lograr entrar por la puerta grande del éxito.
Todavía no me reponía del carrerón evadiendo la Migra, cuando inicié mi primer intento de ingresar por tal puerta, topándome con resultados adversos y nulos.
Después de algunos meses, ya establecido y hasta comodinamente alivianado por el “Gualfer” o programa gubernamental gabacho de aliviane pa´ güevones, traté una y mil veces, de accesar por tan famosa puerta.
Y digo famosa porque las hay por millones y hasta con su respectivo bien rotulado letrerito para evitar confusiones.
Pero yo de plano ya me di por vencido, pues cada vez que intenté entrar me regañaron, me reprimieron y algunas veces hasta me rechazaron violentamente con desdoro para mi dignidad, provocándome un enojo al grado tal, que ya odio de por vida las incontables y hasta bien rotuladas puertas “Exit”.
Otra incongruencia misteriosa que rebasó mi capacidad de análisis, se presentó en otra variante de puertas también. He sido testigo y tengo evidencia videograbada de cómo cientos de veces, los pecosos, otros no tanto y hasta los afroamericanos (pinches negros, por eso nadie los quiere también), abren despreocupada, escandalosa y ruidosamente miles y miles de puertitas, puertotas y portones; sin respetar en lo más mínimo las advertencias de los avisos pegados a las mismas puertas que advierten sobre la condición reinante en el interior de los locales.
¿Habrá alguien en el mundo que ignore el riesgo que existe para el protagonista directo al interrumpir bruscamente el estado sonambulico o hipnótico de las personas en estado especial de ensoñación o sugestión?
Que no se llamen engañados y que no evadan su responsabilidad criticable. Los letreros también bien delineaditos y hasta luminosos, claramente advierten sobre el especial afloramiento del subconsciente de quienes se encuentran dentro de los comercios, cines, hoteles, bares, iglesias, restaurantes, supermercados, fábricas, aeropuertos, terminales de camiones, oficinas privadas y de gobierno e incontables sitios más. Con todas sus letras se hace la advertencia: En trance.
Finalmente, el colmo de los colmos.
Para llegar vía terrestre, del centro de México a su frontera norte, se sufren mínimo ocho retenes de policías y soldados altamente preocupados por que no les llegue la droga a los norteamerigüeros.
Ocho revisiones de emperrados cuicos casi al borde de la baba rabiosa que empeñados en evitar el traslado de las mal famosas drogas a los “Estates” revisan y voltean, voltean y revisan todo tipo de equipaje. A los pasajeros de autobús los bajan, forman e interrogan groseramente y sin importar las condiciones climáticas prevalecientes.
Tanta bocabajeada al sospechoso o no, concluye finalmente en un esfuerzo inútil y decepcionante.
Mi hoy ya larga estancia en “los yunaites” me permite afirmar con pruebas también, sobre la proliferación descarada y a vista de todo mundo de las abundantes tiendas de drogas a lo ancho y largo del país norteamericano, pues según el tumbaburritos bilingüe que tengo a la mano eso significa “Drug Stores”.
Lo dicho: yo no entiendo a los gabachos…
Convicciones: Políticos vs. Ciudadanos
Hace 1 año.
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