jueves, marzo 09, 2006

10 de marzo…


Al norte del estado de Nayarit, en un hogar con pobreza extrema del poblado  Rosamorada, un diez de marzo de 1914 nació una niña huérfana de padre. Luego de sobrevivir los primeros años en ese lugar, fue a vivir con un tío materno a Tuxpan para iniciar los estudios de Primaria, reintegrándose al hogar materno una vez concluidos.
Supo de la dura vida en un pueblo sin las comodidades básicas de urbanización  -agua entubada, drenaje y energía eléctrica-  caluroso en extremo y plagado de insectos molestos, como era característico en la mayoría de núcleos poblacionales de la región. Luego de contraer matrimonio se estableció con su esposo en Compostela para iniciar una nueva vida.
A la situación económica iniciada desde cero en el nuevo hogar, se agregaba  para la buena mujer, la discriminación de su suegra y cuñadas que siendo de piel muy blanca y ojos claros rechazaban a su nueva familiar de piel morena.
Después de veinte años de ardua lucha cotidiana de la pareja para lograr un patrimonio, lograron establecer una  típica  tienda de pueblo en los años cincuentas. El narrador huésped Ignacio Rivera Cervantes relata en su libro “Los Abuelos de mis Hijos”:
“Mi madre era el pilar, el centro de todo en el manejo de la tienda. Permanecía toda la jornada de catorce horas al frente de la tienda, incluso, ahí le llevaban sus alimentos. Descansaba  -de la tienda- solo los jueves. Era increíble todo el trabajo que desempeñaba mi madre. A las seis de la mañana, abría la tienda para atender la clientela, regaba y barría la calle, compraba las provisiones para la cocinera, cosía, tejía, bordaba las iniciales de la múltiple tropa familiar, en camisas, camisetas, calzoncillos, ropa de cama, fundas de almohada, y toallas.
Con el tiempo compró una máquina de escribir usada y aprendió a usarla por propia iniciativa, utilizando un dedo de cada mano para escribir (habilidad que heredé y pongo en práctica pergeñando la presente narración). Además, con esa vieja máquina  -que tenía los caracteres de cada letra montados en aparatosos arcos laterales que convergían al centro de la misma- nos ayudaba a hacer las tareas escolares. El amor, la  paciencia, la fe y constancia características de ella, coronaron su esfuerzo y acabaron  convirtiéndola en el baluarte de la familia Rivera Cervantes.
Forjaba coronas con flores de papel para “el día de Muertos”. Las armaba con alambre, recortaba las hojas, las troquelaba en un molde especial, las pasaba por cera derretida, les dibujaba la trama propia, las ponía una por una en su tallo de alambre y las fijaba al cuerpo de la corona. Minuciosamente moldeaba con papel crepé la corola de la flor, colocaba los pistilos con su pequeña gota de goma cada uno, impregnándolos  de “diamantina” o polvo brillante de colores diversos. Los alcatraces, rosas y claveles brotaban esplendorosos de su mágica artesanía”.
Hasta ahí la vívida narrativa fraterna de esa época. Los años posteriores añadieron nuevas penurias para la protagonista que en los años setentas, a los 61 de edad sufrió el desgarrador dolor “de Virgen María” al perder un hijo en etapa plena. Cuidó un lustro previo al año 2000 al esposo sobreviviente de fractura femoral. Ella misma sufrió padecimiento semejante a los 89 años, viéndose drásticamente reducida durante un año al final del cual murió previa agonía prolongada a los 90 años de edad.  
El acróstico alusivo (aquí horizontalmente) surgió álgidamente:
Multiforme agonía. Recurrente, injusta agonía. Tus enfermedades opresivas fueron insistentes. La apacible culminación; el resarcimiento vital ansiado, natural, tranquilo, estable, sosegado; Dios estableció restringirlo. Incomprensible visión; extrañado, renuente, asimilo.
Hoy, en el 92 aniversario de natalicio, séame permitida una pequeña variante a los versos parristas, para evocar a María Teófila Cervantes de Rivera a quién su primera nieta Carolina Gradilla Rivera rebautizó como “Fina” minimizando tan significativo nombre de raíces: Teos- Dios y Filos-amigo, amante Vgr. La amiga de Dios o la que ama a Dios.
“Gracias mamá “Fina”/ que me diste tanto/ me diste dos ojos/ que cuando los abro/ perfecto distingo/ lo negro del blanco/ y en el alto cielo/ su fondo estrellado/ y en sus latitudes/ a la madre que amo.
Gracias mamá “Fina”/ que me diste tanto/ me diste la marcha/de mis pies cansados./ Con ellos anduve/ ciudades y charcos/ playas y desiertos/ montañas y llanos/ y la casa tuya/ casa de mil cantos”.

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