domingo, marzo 12, 2006

PÁJARO MILAGROSO

Aquél hombre noble, esbelto y elegante con cuarenta años recién cumplidos, observaba detalladamente un concurso de aviación realizado en Francia. Corría septiembre de 1910, por ello, al ver surcar los aires tan inusuales naves, nació en él, un  asombro entusiasta y esperanzador. Su espíritu sensible daba cuenta cabal del inmenso logro realizado por el hombre y su tecnología aplicada. Hizo un recuento somero de los sueños frustrados en los intentos anteriores en pro del humano desplazamiento aéreo y se alegró de poder observar la histórica hazaña.
Se regocijó con Dios al permitirle ser testigo de los nuevos avances, y pidió le prolongara la vida para disfrutar a futuro cuando se comercializaran los viajes por sobre la superficie terrestre. Deseó que tal logro científico llevara aparejado un mejoramiento espiritual y advirtió dolido sobre el mal uso que pudiera dársele a las naves como instrumento de destrucción.
Con su acostumbrada inspiración poética plasmó de inmediato y para siempre su vivencia:
Pájaro Milagroso, colosal ave blanca/ que realizas el sueño de las generaciones:/ tú que reconquistaste para el ángel caído/ las alas que perdiera luchando con los dioses;/ pájaro milagroso, colosal ave blanca/
jamás mis ojos, hartos de avisorar el orbe,/ se abrieron más que ahora para abarcar tu vuelo,/ mojados por el llanto de las consolaciones.
¡Por fin!, ¡por fin!, clamaba mi espíritu imperioso;/ ¡por fin!, ¡por fin!, decía mi corazón indócil;/ ¡por fin!, cantaba el ritmo de la sangre en mis venas;/ ¡por fin tenemos alas los hijos de los hombres!
Padre, que ansiabas esto, que moriste sin verlo;/ poetas que por siglos soñasteis tales dones,/ Ícaros lamentables que despertabais risas,/ ¡hoy, sobre vuestras tumbas, vuela zumbando, enorme,/ el milagroso pájaro de las alas nevadas,/ que cristaliza el sueño de las generaciones!/ ¡Y se abren para verle más aún nuestras cuencas,/ y vuestros huesos áridos se coronan de flores!
¡Oh Dios!, yo que, cansado del trajín triste y frívolo/ del mundo, muchas veces ansié la eterna noche,/ hoy te digo: ¡más vida, Señor, quiero más vida/ para poder cernerme como un águila sobre/ todas las vanidades y todas las bellezas,/ proyectando sobre ellas mi vasto vuelo prócer!
¡Ya tenemos de nuevo pegaso los poetas!/ ¡Y qué pegaso, amigos, nos restituye Jove!
Exaltación divina llene nuestros espíritus,/ un Tedeum Laudamus de nuestros labios brote,/ y mueran sofocadas por las manos viriles/ viejas melancolías, vagas preocupaciones.
¡A vivir! ¡A volar! ¡Borremos las fronteras!/ ¡Gobiernos, vanamente queréis hacer un óbice/ de lo que es un gran signo de paz entre los pueblos!/ ¡No mancilleis al pájaro celeste con misiones/ de guerra: él las rechaza; nació para el mensaje/ cordial, y siembra besos de paz entre los hombres!
Nueve años después y sin lograr su sueño de volar, falleció en Montevideo Uruguay siendo embajador de México, el visionario e inmortal bardo nayarita.
Antes de un siglo de aquel espectáculo sobre cielos parisinos, la maldad humana cometió el peor atentado a la dignidad y designios divinos en favor de la vida, al usarlos como misiles repletos de inocentes, estrellándolos contra las torres gemelas neoyorkinas.
Las nobles esperanzas nervistas, también quedaron reducidas a cenizas ese 11 de septiembre de 2001.

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