viernes, junio 15, 2007


“Dios perdona...pero el tiempo, no. Al recibir la noticia del fallecimiento de mi padre, sentí como un golpe en el estómago; se me doblaron las piernas; sentí que se extinguía una luz que erróneamente consideraba eterna.

A las 13:30 del jueves 15 de junio de 2000 murió, la asfixia por bronco aspiración, puso fin a su valioso existir. Ese accidente, debido a su propia senectud grabó por siempre la fecha en nuestros corazones”.

Fragmento de narración escrito por Ignacio Rivera Cervantes a pocos días del fallecimiento de don José N. Rivera Rivera en Compostela, Nayarit.

Y sigue luego una sentida apología salpicada de anécdotas…

Durante la niñez, mi padre nos enseñó muchas cosas, sobre todo las tablas de multiplicar de las que era fanático. Aprendimos a bailar el trompo, a jugar al balero; le ayudábamos en la tienda familiar conocida como Casa Rivera, a vender, despachar, empacar, sacar cuentas, cobrar y dar el cambio (a todos los hermanos nos gustaba esta actividad, porque había oportunidad de “aligerar un poco el cajón del dinero” para nuestros pequeños gastos).

Nos enseño; a amarrar bultos, clavar pieles en tarima de tablas, aplicándoles cal para su secado al sol. Nos adiestró en; clavarles tapas a los zapatos, disparar armas de fuego, conducir bicicleta y manejo de vehículos. Estimuló nuestro espíritu ecologista (cuando todavía no se popularizaba el término y menos aún degeneraba en partido político) con la siembra y cuidado de dos centenas de árboles frutales en un predio adquirido para tal fin.

En ese tiempo, dicho terreno de cinco mil metros cuadrados estaba aislado de la mancha urbana, por lo cual tuvimos que abrir brecha con pico y pala, y de esa forma, la camioneta familiar multiusos, pudiera llevar los grandes tambos con agua para el riego frecuente de los pequeños árboles. Mi Padre siempre tuvo fe en la educación escolar.

Colaboró activamente en el Comité Pro Construcción de la Escuela Secundaria local. Se adelanto a su tiempo, y a diferencia del Señor Cura local que públicamente sostenía que los muchachos que salían en pos de estudios superiores, únicamente se “echaban a perder”, nos alentó y apoyó plenamente en el logro de culminar estudios profesionales.

Mientras mi madre atendía la tienda, mi padre en la camioneta, compraba y vendía mercancía diversa recorriendo diferentes poblados. La técnica de llevar mercancía de los poblados sureños a los norteños y viceversa, nos permitía viajar y conocer gran parte del estado.

No se piense que todo fue bonanza en el negocio familiar, la estrechez económica se presentaba frecuentemente, sobre todo al costear los estudios superiores de casi todos los hijos, con el gasto extra que representaba la manutención de los mismos en la ciudad. Seguir estudiando después de la Secundaria, implicaba el éxodo gravoso.

Don José N. Rivera, fue ejemplar ciudadano, participó activamente en procuración del bienestar colectivo. Durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo el grado de Tercer Oficial del Doceavo Batallón del Comité Central de la Defensa Civil de Nayarit, según consta en un diploma otorgado el 16 de septiembre de 1944.

En la organización y desarrollo de la obra para introducir el agua potable a la ciudad compostelense, desempeño el cargo de “Cabo de Cuadrillas”, tercer puesto en responsabilidad, luego del titular Ing. José Carrión y de su ayudante José T. Navarro, según la referencia e ilustración en 1948 de “El Sol de Nayarit” semanario local del Sr. Juan Cortés Peña.

Promovió la construcción y funcionamiento de la Secundaria local, pagando cuotas, aún sin tener hijos estudiando. Nunca buscó un puesto público, pero si participaba entusiastamente como funcionario de Casilla en las Elecciones Locales y Federales.

Fue socio activo y directivo de la Cámara de Comercio del municipio de Compostela y también miembro del Club de Leones por más de cuarenta años, pagando puntualmente sus cuotas. A su muerte, “su” Club no cumplió restituyendo a su viuda con la cantidad respectiva por seguro de vida en claro ejemplo de fraude institucionalizado llevado a cabo por vivales que por desgracia abundan en nuestro país y que ha sido el lastre maldito que inhibe todo merecido progreso.

A siete años de su muerte, se le recuerda con afecto engrandecido por el recuerdo grato.


En la foto, con sus tres hermanas ya también fallecidas