Aquellos auto exiliados casi parias, penosamente intentaban cruzar la frontera norte de su país.
Abandonando su núcleo familiar, sufrían anímicamente al pensar en una lejanía prolongada que llegara a deteriorar sus relaciones afectivas hogareñas.
La expectativa de mejoría en todos los aspectos teniendo como base el económico,
los había llevado a tomar la arriesgada decisión de cruzar la barrera acuática inmediata para internarse en el vecino país del norte.
Les dolía abandonar su propia patria, el territorio entrañablemente querido, que debían dejar teniendo en mente llevar a cabo un desempeño personal pleno, digno y económicamente remunerable.
Vadeando sigilosamente en espera del momento propicio; seguidamente, lograron cruzar el río e internarse ilegalmente a la inmensa nación vecina.
Con vívida angustia apresuraron sus pasos adentrándose rápidamente en el territorio ajeno.
Llevando a cuestas más ilusiones que equipaje, les resultaba fácil moverse velozmente. Aguzando ojos y oídos, buscaron la brecha ideal para burlar a los desalmados guardias fronterizos de tan mala fama por el abuso cruel y sistemático contra los ilegales invasores.
Con temores selectivos, a la brutalidad policíaca los hombres y a los abusos de tipo sexual las mujeres se desplazaban “con el Jesús en la boca” permanentemente.
El corazón desbocado por influencia adrenalínica hacía retumbar las sienes y oídos.
En un reten secundario de revisión policíaca, fueron copados, golpeados, vejados y encarcelados.
Tragando rabia e impotencia, vieronse despojados de la reserva monetaria destinada a solventar los gastos propios del viaje y al pago del guía o “coyote” comprometido en llevarlos a la ansiada meta.
Tristemente sufrieron pensando en el adeudo pendiente cuando concluyera su deportación y retornaran derrotados a casa.
Todos ellos habían tenido que recurrir a préstamos en efectivo al emprender su aventura en busca “del sueño americano".
Luego de amargos días de infrahumano encarcelamiento y sin poder asimilar el porque del cruel y riguroso trato, un desvencijado autobús los llevo al punto fronterizo para su retorno obligado.
Asegurándose de haberlos expulsado definitivamente de su territorio, los abusivos guardianes de la frontera cerraron un cotidiano capítulo más de su despreciable ruindad. Frotándose regocijadamente las manos saboreaban de antemano el arribo de nuevas víctimas a esquilmar en condiciones semejantes.
Jurando nunca más regresar, las dolidas víctimas volvieron a la misma rivera sur del río Suchiate. Las guatemaltecas aguas de esa orilla, sintieron disolverse en ellas, muchas lágrimas de algunos integrantes del grupo de centroamericanos, que dos días antes habían partido lleno de ilusiones desde ese mismo punto geográfico, antes de toparse con la temible “migra” mexicana que les impidió adentrarse a México frustrando su ensueño de llegar a Norteamérica.
1 comentario:
Ja, ja, ta chilo jefe, si yo siempre lo he dicho, no se de que nos quejamos del trato gabacho hacia la paisanada, si nosotros somos mas gachos con esos pobres indios estupidos e hijos de su chi...no perdón, con esa pobre gente de guatemala y guatepeor!! saludos
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