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Y Dios dijo: Hágase la luz...
Y la luz se hizo sobre la tierra. Y al planeta de su elección; lo proveyó también de una atmósfera en forma tal que, la luminosidad aparejada al calor intensísimo resultante de la combustión que la producía, llegara al mundo atenuada por un filtro protector. Y bajo el equilibrio perfecto de posiciones y movimientos planetarios surgió el sistema cíclico del activado día y de la apacible noche. La tierra, el aire y el agua, formaron un conjunto perfecto para la vida. Brotó la flora espléndida, inmensa y bienhechora predominantemente. La fauna, increíblemente variada y maravillosa, se reprodujo magnánimamente, aún con el cruel pero necesariamente establecido sistema de cadena alimenticia. El reciclaje orgánico de plantas y animales funcionó a la perfección al igual que el intercambio de gases, magmas y fluidos en un mundo único, confortable e ideal, jamás repetido en distancias infinitas. Luego, el apremiante avance tecnológico de la humanidad moderna repitió imperativo: Hágase la luz…Y la bombilla eléctrica propició la alteración del definido ciclo. Se estropeó el calendario biológico del hombre, cambiando ritmos, costumbres y hábitos. Se desató la actividad extra diurna. La calvicie coronó al homo sápiens con mayor incidencia, y el estrés se recreó mucho antes de la aurora y mucho después de la puesta de sol. Las caries, mal posiciones dentarias, miopía, agruras, hipoacusia, alteraciones sicológicas y mutaciones celulares degenerativas agobiaron al autollamado “rey de la Creación”. Con la energía eléctrica, el hombre logró increíbles y exitosos avances tangibles. Se alzó sobre el planeta, deambulando incluso sobre su satélite natural… pero paulatinamente, olvidó por desgracia, su propio mundo interno. Llegó increíblemente alto… pero aún no logra, un aterrizaje espiritual exitoso.
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