miércoles, febrero 13, 2008

Mercedes Cruz el de Palma Grande, Nayarit

Buscando evadir por un rato la enfermante problemática social imperante a lo largo y ancho del país, hubo que salir en busca de la impostergable terapia mental requerida, y que mejor que adentrarse en un medio con primitiva forma de vida.
En otras palabras, a la voz de: ¡A la tiznada tanta noticia política convenencieramente distorsionada, tanta policíaca de violencia y desgracia depresiva, y tanta vivencia más de omnipresente economía particular deteriorada!, y en la acción de enfilar al norte de nuestro querido estado Nayarit, fue dar con el refugio ideal para ingresar a un relajante mundo límbico de ajeno ajetreo social conflictivo.
La zona costa casi colindante con Sinaloa, con sus humedales de flora y fauna exuberantes, fueron escenario óptimo para lanzar toda pena al viento y divagar sin prisa alguna, navegando la noche entera por esas aguas de permanencia eterna.
El inmenso estero de agua salobre llamado Agua Brava -localizado satelitalmente como Marismas Nacionales- entre los municipios de Tuxpan y Rosamorada e igual, entre los ejidos acuáticos de Palma Grande, Unión de corrientes, Pimientillo y Palmar de Cuautla, y relativamente cerca de la isla estuarina de Mexcaltitán; retaba a navegar por sus aguas y a recolectar gran variedad de peces.
La panga rudimentaria con motor de sesenta caballos de fuerza y semejante en medidas a la de los famosos náufragos de San Blas -pero indudablemente más apertrechada y con mejor tino en el manejo- se encontraba lista para zarpar desde el embarcadero sur del estero, con el inmenso chinchorro y demás avíos de pesca.
Mercedes Cruz Amparo el pescador experto de Palma Grande, en un gesto amistoso magno, aceptó la compañía del médico José Luis Rivera Cervantes y del columnista lego, inexperto y ocasionalmente -casi siempre- estorboso aprendiz de pescador que nos agregamos a su tripulación, usualmente con desempeño en solitario. Esta vez, nuestra compañía aligeraría su jornada según expresó optimista el magnífico amigo “Meche”.
La travesía necesariamente nocturna, inició con el ocaso respectivo del astro rey, en el embarcadero cooperativista de Pimientillo y terminó catorce horas después. La etapa inicial consistió en adentrarse hasta cerca de la llamada Puntilla del Burro casi en medio de la enorme marisma y tender el inmenso chinchorro de mil metros de largo por dos y medio de ancho y dejarlo estático por dos o tres horas.
Luego de ese lapso de tiempo, se recogió el chinchorro, se desprendieron los numerosos peces adheridos y se guardaron en una hielera. Cambiando de lugar en el inmenso campo lacustre, se reinició el ritual de tender la enorme red y acumular tiempo en espera de nuevas capturas. Dormitar medio alertas a lo largo de esas cíclicas maniobras, constituyó un placentero aletargamiento nocturno.
La jornada se consideró exitosa al lograr casi cuarenta kilos de pescado variado entre robálo, pargo, curvina y lisa; quedando sin pescar chihuíl o bagre, constantino, atún, burro o cóndor, que también pululan por el “charquito” ese del manglar tan valioso para el regional sustento económico familiar y para el equilibrio ecológico de mundial beneficio incluido.
El final de tan ruda y fatigosa jornada, nos hizo admirar el desempeño cotidiano de quienes se dedican necesariamente a esa actividad con tanto afán y soportando desveladas, trabajo rudo, calores húmedos, piquetes de mosquitos e inclemencias del tiempo con sus variantes de lluvia y frío. Ubicarlos como prototipo del mexicano esforzado de heroicidad cotidiana que se desempeña necesariamente aferrado a su entorno; fue en consecuencia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

arturo raygoza ortega buen comentario

Anónimo dijo...

buen comentario