El 26 de abril de 1986 a sugerencia de ignorantes e impositivos generales rusos, técnicos nucleares llevaron a cabo una riesgosa prueba sobre el funcionamiento de un inmenso reactor nuclear generador de energía eléctrica de la planta de Chernobyl en la URSS.
Ese tipo especifico de reactor, debía funcionar siempre a plena potencia, de otro modo el núcleo atómico se volvía inestable. Pero a mayor potencia, mayor consumo del uranio que se usaba como combustible. Del proceso se obtenía secundariamente plutonio, codiciado por la industria militar, y los milites pretendían obtener este elemento en forma barata, disminuyendo la potencia de funcionamiento del reactor, ahorrando un uranio caro y escaso.
Se sacrificó seguridad por la ambición de obtener el codiciado plutonio para fines militares a bajo costo. Los técnicos se sometieron a las erróneas y fatídicas decisiones a costa de su propia vida, pues fueron los primeros en morir con la explosión.
Como siempre, después del magno error, el sistema soviético tan hermético que era, no divulgó de inmediato la gran tragedia, ni evacuó a miles y miles de personas que se vieron afectadas en forma inmediata.
Luego con un orgullo estúpido, rechazó la valiosa ayuda de otros países para atenuar el problema. La misma necedad que se repitió en el año 2000 cuando el accidente del submarino nuclear “Kurk” en Mar del Norte, en esta ocasión, rechazó el uso de tecnología moderna de rescate de otros países que bien pudieron haber salvado a la tripulación que pereció en agonía de días bajo la superficie marina.
En Estados Unidos de Norteamérica aconteció un accidente similar en 1979 que ha sido el más grave accidente radioactivo en ese país. En medio de un área densamente poblada, se fundió el núcleo de un reactor, dejando escapar gran cantidad de materiales radioactivos, pero fueron neutralizados o mantenidos bajo control con el blindaje efectivo de las instalaciones de la planta nuclear Three Mile Island. Todavía con esas medidas, los índices de cáncer de pulmón, tiroides y leucemia han sido mayores desde la fecha del incidente en la cercanía de esta planta.
En Chernobyl el reactor nuclear no tenía edificio contenedor en caso de fuga radioactiva. Esto es, estaba instalado al aire libre, pero ni por eso avisaron a la población para que permaneciera herméticamente encerrados en sus casas como medida básica.
La gente siguió su vida normal, absorbiendo Iodo-131 radiactivo que penetra al organismo y se concentra en la tiroides provocando cáncer de la misma. En el transcurso de los días algunas naciones ofrecieron grandes cantidades de tabletas y comprimidos de iodo normal para ser distribuidas a la población, pero fue rechazada tal ayuda, aún sabiendo que al tomarlas se logra saturar a la -ávida de ese elemento- tiroides en forma tal, que ya plena, la glándula rechaza al iodo, en aquél caso radioactivo.
La planta nuclear fue sepultada bajo un gigantesco sarcófago de cemento que a veinte años ya tiene filtraciones peligrosas de radioactividad que tardará cientos de años por disolverse o neutralizarse.
La inmensa nube radioactiva se dispersó por todo el mundo, afectando de manera intensa a tres países vecinos. Los campos de países muy distantes se contaminaron, el pasto consumido por las vacas estaba impregnado de radiación nociva que se concentró en las ubres.
La leche resultante fue consumida por miles y miles de personas. México importó de Irlanda leche en polvo altamente contaminada que la dependencia oficial Conasupo distribuyó criminalmente entre la niñez mexicana con pleno conocimiento de tal situación. La ambición burocrática se impuso a la salud y bienestar nacional.
Los diputados federales expusieron el problema pero como siempre, la impunidad tomó carta de residencia en este asunto.
“La Conasupo, como conocedora de las necesidades alimenticias del país, decidió importar de la República de Irlanda, en el transcurso de 1987, entre 17 mil y 43 mil toneladas de leche en polvo radiactiva. Esta leche nutriría al pueblo mexicano con cesio 137 y estroncio 90, según se asienta en el estudio realizado en los laboratorios de la planta núcleo eléctrica de Laguna Verde, así como también en la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardas.Leche que llegó al puerto de Veracruz en los barcos "Adventure", "Tenacius" y "Rumigia", con toneladas de leche, teniendo como proveedor al Consejo Irlandés de Lácteos.Desde diferentes instancias internacionales, incluso por parte de nuestro embajador en Brasil, el Gobierno mexicano había sido advertido sobre la leche contaminada, pero la Secretaría de Salud, bajo la responsabilidad entonces de los doctores Guillermo Soberón, secretario y Jaime Martuccelli, subsecretario, mediante un oficio avalaron la distribución y comercialización de la leche irlandesa, por considerar que los niveles de contaminación radiactiva, podrían ser aptos para el consumo humano, como quien dice, poco veneno no mata, científicamente hablando”.
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