miércoles, abril 05, 2006

De una visita grata a las Islas Marías…


Citados para salir al atardecer, zarpamos en el barco militar “Zacatecas” a las diez de la noche desde la base naval Mazatlán hacia el penal Islas Marías. La invitación y referencias de estancia pacífica y libre de riesgos hecha por un familiar que desempeñaba un importante papel administrativo, me animaron al grado de llegar a pensar en que emprendía un paseo turístico, motivo por el cual mi equipaje incluía una cámara super 8 de cine y otra de 35 mm. para foto fijas en transparencias.
Luchaba con relativo éxito por quitar de mi mente los pasajes dramáticos y violentos fijados durante mi infancia merced a la observación en blanco y negro de la vieja película con Pedro Infante, pero la permanente fama de “penal maldito” no dejaba de atosigarme.
El desplazamiento inicial lento que hacía ver por horas la luz del faro mazatleco como incapaz de ocultarse en medio de la total oscuridad me hicieron dudar momentáneamente sobre lo razonable de la aventura emprendida. La cubierta del navío se tapizó de cobijas, bolsas para dormir y almohadas. El transporte gratuito no incluía camarote y tuvo que improvisarse necesariamente el dormitorio.
Mirando el inacabable mar ennegrecido circundante, las estrellas engrandecidas de fulgor aumentado, y meditando sobre la grandeza y el desplazamiento equilibrado y sostenido del globo terráqueo durante millones de años bajo indudable influencia divina; el sueño desplazando al meditativo ensueño, tardó en llegar.
El precoz amanecer del día siguiente, dejó ver los azules intensos combinados del cielo y mar  interminables, y un aire fresco y puro daba plenitud al vivir de aquél mes de julio del inicio de los ochenta. Hurgar en el entorno permitido de popa, saboreando el tazón de avena más delicioso jamás probado, proporcionado gratuita y amablemente por el marinero comisionado para hacerlo durante sus viajes, me hizo sentir un  -dueño del mundo- Leonardo di Caprio titanista.  
Los primeros rayos del sol iluminaron las islas que se apreciaban a lo lejos, resaltando el verdor en azuloso marco de la hermosa tierra a la vista. Un desinhibido grupo de delfines competían a “ganarle la carrera” al barco, completando el avistamiento, veloces peces voladores que en rápido y corto desplazamiento, huían a ras del agua del paso de la embarcación.
Por el deseo de llegar, el tiempo entre ver y arribar a la isla, transcurrió con lentitud desesperante. Un árido y blancuzco islote San Juanico, comparativamente pequeño en relación a las islas, se dejo ver en la ruta seguida, por el flanco derecho, mucho antes de desembarcar.  
Ya más cerca se apreciaba el caserío de la isla penal María Madre y al lado izquierdo, compitiendo en tamaño la deshabitada María Magdalena.
El comité de recepción integrado por oficinistas, médicos y guardias de seguridad con el director del penal al frente sobre el muelle, dieron la bienvenida a los familiares y allegados que visitábamos el pueblo prisión o Puerto Balleto por diversos motivos.
La amable y discreta revisión de control, detectó y confiscó temporalmente el equipo de filmación particular, con la promesa de retenerlo y entregarlo al momento de partir, pues la prohibición de captar imágenes estaba restringida por ley.
Una larga fila de respetuosos y respetados presos  -a los que luego supe deberíamos llamar colonos-  vestidos normalmente como cualquier paisano mexicano costeño, se encargó de bajar a tierra las provisiones, combustible en tambos, correo e implementos agrícolas, y más tarde de subir los productos  rústicos de la isla con rumbo al macizo continental o específicamente al puerto de Mazatlán.
Habiendo llegado por la mañana a la isla María Madre y sin cámara fotográfica alguna, inicié un recorrido por las callejuelas intentando grabar mentalmente todo detalle. Paralela e inmediata a la playa, la calle principal permitía ir  -en recorrido aproximado de dos kilómetros-  de la planta diesel termo eléctrica de 900 kilowats de capacidad, al funcional hospital general de la Secretaría de Salubridad y Asistencia. En la parte intermedia se encontraba una tienda Conasupo, una cancha de básquetbol donde los miércoles por la noche había función cinematográfica al aire libre y gratuita, una carnicería, el monumento símbolo de la isla, una biblioteca circular a la orilla del mar, oficinas de correo y telégrafos, una amplia plazuela con las oficinas administrativas y un kiosco o fuente de sodas que comercializaba los refrescos “Tres Islas” embotellados localmente y con un sabor salobre ligero.
Perpendicular a la anterior calle principal playera, la segunda en importancia con medio kilómetro aproximado, unía por un lado al muelle y a la iglesia por el otro. Su amplitud permitió incluir un camellón enmedio. A un costado, dicha calle lucía una amplia plaza arbolada con un pequeño busto de Benito Juárez, y por el otro el edificio de la fundidora de metales. El conglomerado habitacional restante se conformaba por casas con aspecto semejante a las de cualquier pueblito costero nayarita, pero con el inusual distintivo de carecer de medidores del consumo de energía eléctrica. Observar las fachadas caseras horadadas directamente por el cable surtidor dispensado del poste público cercano y sin medidor de por medio resultaba increíble
Luego de recorrer el entorno pueblerino y de ver partir  -con el ocaso-  al barco militar que regresaba al continente, y saber que no retornaría sino hasta una semana después, siguiendo su plan rutinario, sistemático y sostenido por años, me hizo sentir cual astronauta en lejana y larga permanencia espacial. El recurso de salir rápidamente de la isla, estaba supeditado a la llegada de alguna avioneta contratada por alguien a quien le urgiera llegar a la misma.
Coincidiendo casi con el nuevo arribo del barco, y previa labor de convencimiento ante el inflexible director del penal, éste decidió con esplendidez inusual, permitir la captación fotográfica de imágenes, pero condicionando tal gesto a no tomar los rostros de los reclusos. Ante tal determinación de respeto hacia las personas en desventaja civil, no pude menos que alabar la disposición y felicitarle por tan dignificante medida, logrando con tan simple adhesión su respaldo pleno, ordenando de inmediato a dos agentes federales de seguridad, que me llevaran en un pick up oficial, a recorrer el largo camino circundante de terracería que comunicaba diversos campamentos con Puerto Balleto. El primer conglomerado o concentración de colonos en actividades varias fue Campamento Morelos.
Con fama de estar integrado con presos problema y con apariencia de ranchito rural contaba con cancha basquetbolera y una oficina que hacia las veces de escuela para educación básica o primaria para adultos dado que en ese lugar no habitaban niños ni mujeres. En las cercanías se plantaba y cosechaba la planta de henequén y se producía sal. Se apreciaban las salinas rústicas con su entrada controlada de agua marina, las áreas desecadoras, de recopilación y amontonamiento del producto y relativamente cerca, la gran bodega almacenadora.
El desempeño laboral, aunque pagado, se consideraba castigo por el esfuerzo prolongado y la permanencia constante en el agua y medio salino con los pies descalzos, que derivaba en agrietamiento doloroso de los mismos. Los demás campamentos de variadas actividades eran: Nayarit con las residencias de los empleados federales, y dirección. Bugambilias con cría de ganado bovino; Rehilete con ganado caprino y porcino y el Venustiano Carranza con conejeras.
El amplio camino alrededor de la isla dejaba ver las playas hermosas y accesibles. Detenerse a tomar un descanso, permitió incluso la práctica del tiro al blanco a iniciativa de los ya amables guardias, los temidos hermanos Peña. Con la tarde languideciendo, llegamos de regreso frente al muelle. Ya no pude apreciar ni estela ni humo del barco rumbo al puerto sinaloense y me resigné a pasar una semana en el singular “destino turístico”.
El ambiente cordial y pacífico que prevalecía en el lugar, se mantenía, gracias al atinado desempeño del licenciado Francisco Castellanos, que a veinte años de terminar el siglo pasado, era el mandamás del reclusorio. Con fama de inflexible, el todopoderoso barbado, semejaba un Fidel Castro regional en su ínsula ultramarina. Ya en el trato habitual, se dejaba ver como un hombre riguroso y estricto, pero bien intencionado y amigable.
Su gusto por los caballos lo compartían sus pequeñas hijas que a diario disfrutaban de un paseo vespertino. El recorrido consistía en reducidas vueltas alrededor de la casa oficial montadas en un noble bruto, guiado a píe, y cuidando de que no cayeran, por un fiel y obediente recluso. Tan subordinada pero comprensible condición, la observé cierto día que departía con el director y otros comensales en la mesa principal de su casa. A petición expresa de la pequeña jinete, de ver a su padre sin bajarse del caballo, el director dispuso que pasara con todo y jamelgo a la amplia sala hogareña, orden que acató con cierta resistencia del cuadrúpedo y leve sonrojo propio, el curtido sirviente recluso.  
La vanidad de aparecer en algunas tomas fotográficas, me hizo pedirle a un comedido colono, que accionara la cámara. Al regresármela, observé en su mano izquierda un lujoso, grande y caro anillo de oro rematado por una turquesa. Alabárselo, dio pie a que se presentara formalmente conmigo proporcionándome su nombre; y a que dialogáramos sobre temas diversos, manifestando un buen nivel cultural. Su nombre estuvo rondando en mi memoria cierto tiempo inmediato hasta que por referencias también prontas, asocié, al recuerdo de un sonado homicidio sucedido en Guadalajara. Se trataba del incipiente cantante argentino Alberto o Julio del Mar, que a tubazos dio muerte al exitoso locutor tapatío Susano Santos Flores. En aquella época de los sesentas, la señora del famoso hombre de la radio, era amasia del casi desconocido intérprete, al que se alió y convenció para que fingiendo un asalto, asesinara a “Susanito”.
La presión social activó a las autoridades respectivas, y luego de exhaustivas investigaciones descubrieron la verdad sobre la desviada actitud de la mujer y sus consecuencias. A confesión expresa del influenciado protagonista, localizaron los restos enterrados en un baldío citadino, al que durante mucho tiempo acudieron en romería llevando flores y veladoras los admiradores del occiso.
El “no hay nada nuevo bajo el sol” campea perenne por el país azteca, las  acciones, reacciones y consecuencias de la actitud femenina al padecer pasiones ninfomaníacas  irrefrenables, parecen recicladas en el tierno año cuatro de este segundo milenio por la actriz Niurka, que siendo esposa de Juan Osorio, decidió hacer vida conyugal con un hombre más impetuoso, joven y apuesto que el destacado productor de telenovelas. También “Susanito” era exitoso en extremo, pero poco agraciado físicamente. No hubo homicidio real en este reciente caso, pero si anímico, que es el que dura doliendo más tiempo.
(Primera de dos partes)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Está muy largo este tema, y como te dije en el otro comentario de abajo, mejor espero tu narración despues de que las visites ya convertidas por la santísima trinidad Peje-Slim-Ney en destino turístico.....

Y vámonos, hasta el infinito y mas allá........ahora veo acá abajo letras rojas..y eso me exita!!! uuuuuuyyyy

Polo Rivera dijo...

Es que no hay coordinación. Fue un tema enviado para salir en 20 capítulos pero lo insertaron en el periódico como para salir en dos.
Es para que se lo lleve la gente y lo lea en la playa en Semana Santa.
Ya que convirtamos las islúcas en paraiso pisteal nosotros los 4 fantásticos Yo-Slim-Peje-Ney no habrá mucho que narrar. La discreción será indispensable, pues todo lo que se diga podra ser usado en nuestra contra.
Si, ya vi las letras color calzón de 14 de febrero, de sangre en el ruedo y de navaja de Diego y también me alboroto, pues quien se resiste a cualquiera de las tres opciones...

Anónimo dijo...

ei neta gracias por recordar a mi tio abuelo

Unknown dijo...

Anónimo. . Mal detalle lo de tu tío abuelo. Ya esta descansando pues sus enemigos ya pagaron.