Regionalista que es uno, pues. Pudiendo ir a vacacionar a la Riviera francesa, a Bariloche, a Dubai, o a Islas Canarias, me dejé llevar por los afectivos rescoldos umbilicales de nacencia y preferí el Rincón de Guayabitos de querencia antigua.
Una vez instalado como otras veces a la orilla del mar, en las impecables Cabañas del Capitán; como quelonio neonato, busqué afanosamente, cruzar la playa, y penetrar a las largamente esperadas aguas marinas.
A media carrera, de golpe, recordé la maravilla natural situada en la intersección de Paraguay, Argentina y Brasil. Las Cataratas del Iguazú que en dialecto guaraní significa agua grande, aparecieron en 3D con sus caídas todas incluidas. Sí hombre, las increíblemente maravillosas cortinas de agua, formadas en el río Iguazú, el mismo que se conecta por aquellos sudamericanos rumbos con el río Paraná.
Ver y sentir el mugrero prevaleciente a lo largo y ancho de la antes limpia playa del compostelense municipio, me llevó a exclamar en voz alta: ¡Ingueasú, para ná se parece esto, al paraíso perdido hoy sepultado por escombro orgánico!
Y sí, a mayor apreciación, las ennegrecidas olas, reventando en su camino final, transparentaban hojarasca y ramas, proporcionando una deplorable imagen nunca antes vista. Introducirse al agua sintiendo pisar sobre objetos extraños resultó deprimente y el roce de éstos, sobre pantorrillas y muslos, sencillamente provocaba asco.
Si mal, la excepcional descarga de basura orgánica aportada al mar por arroyos, canales y ríos rebosantes de agua por lluvia abundante debió permanecer forzosamente en el área turística, lo que no se explica es la abulia de prestadores de servicios directamente afectados y autoridades turísticas respectivas. La deficiente solución de pasar diariamente por la playa con un tractor de rampa supuestamente colectora de residuos, resultó peor que la enfermedad, pues dejaba una estela simplemente más fragmentada de la misma basura, basura enriquecida por material inorgánico arrojado por las personas.
El caos basureríl por naturaleza encrespada, propició que los cochinones de siempre, aportaran a la cauda playera abominable, su cuota de pañales desechables usados, cucharitas y tenedores de plástico, patas de sillas del mismo material, huaraches y prendas de vestir de niños, corcholatas y botellas.
La solución a darse, debió ser: condicionar a que cada vendedor ambulante, juntara a diario una cubeta de basura a depositarse en receptores adecuados, apostados en los límites de playa y calles. Recolectada a mano, la basura aparatosa poco a poco se iría erradicando y los vendedores adoptarían la actitud de colaborar en lugar de contaminar adicionalmente.
Claro, para ello, las dependencias turísticas de todos niveles y los particulares beneficiados directamente por el turismo, tendrían que actuar decidida, coordinada, positiva y eficientemente. Ante tal proeza irrealizable, no quedará otro camino, que esperar a que el mar con sus eternas corrientes, muelan cotidianamente, hasta disolver a largo plazo, la basura orgánica invasora.
Ni modo, la paradisiaca playa Rincón de Guayabitos, está tristemente transformada, en una capa extensa, de textura molida grosera; ni más ni menos en un Rincón de Guayabates. Huy.
rivera_polo@hotmail.com facebook Leopoldo Rivera.
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