jueves, marzo 11, 2010

De mujeres nayaritas decididas y de sorpresivos ríos impetuosos.


Río El Refilión.

En los compostelenses años cincuentas, ir de paseo al río El Refilión era una agradable opción de día de campo. Con acceso a siete kilómetros por la carretera rumbo a Tepic luego de cruzar el puente sobre el caudal del propio río, se presentaba lo que para los niños de entonces era una magna y limpísima corriente de agua, propia para disfrutar de un refrescante baño. Recorrer las márgenes del casi siempre tranquilo arroyo recolectando guayabas y otras frutas, complementaba el disfrute campirano.
Para llegar, del puente sobre la carretera federal, al pueblo El Refilión, había que cruzar dos veces el cuerpo de agua del río con el mismo nombre del poblado, dada una curvatura caprichosa del caudal. Por esa misma condición serpenteante, había una porción de tierra elevada desde donde se podían ver dos tramos -distantes uno de otro- de la misma corriente de agua.
En aquellos inicios de la segunda mitad del siglo veinte, la entonces joven señora treintañera María Teófila Cervantes de Rivera, vigilaba la tímida inmersión al agua, de su niña María Concepción de nueve años y de la también menor de edad similar, Laura Elena Gutiérrez Pimienta amiga y vecina de “Conchita” residentes de Compostela.
Sorpresivamente, desde el antes mencionado punto geográfico distante y elevado, un habitante del poblado cercano, a grandes voces y con braceos enérgicos, advertía sobre un inesperado y peligroso volumen de agua que se aproximaba hacia las bañistas, pero la lejanía del bienintencionado sujeto no permitió descifrar su preocupante: ¡Ahí viene la creciente, ahí viene la creciente!
Tomadas por sorpresa, las niñas fueron arrastradas por las aguas ante la mirada angustiosa de la cuidadora quien decididamente rescató a una menor, la puso en sitio seguro y regresándose a nadar enérgicamente, salvó los cinco metros que la separaban de la otra menor, rescatándola también con éxito. Dichas niñas, son actualmente madres, abuelas y una bisabuela. La muy querida y entrañable rescatadora que cumpliría 96 años el pasado miércoles, grabó su heroica acción en el alma de los allegados, quienes -por esa y otras acciones similares de esfuerzo en el vivir cotidiano- le erigimos un monumento espiritual personal.
En Etchojoa, Sonora, tierra adoptiva actual del profesor nayarita Misael de Santiago Velasco se dio un caso casi similar. Narra el destacado mentor, que en 1954 la profesora de Primaria Rafaela Rodríguez Seldner acompañada de tres de sus pequeñas alumnas, disfrutaban de un día de campo a orillas del río Mayo.
A insistencia de las menores, accedió a que se remojaran los pies, pero niñas al fin, en un descuido se adentraron a una zona de hondonadas. Ante tal situación de peligro, la maestra se adentró, rescatando a dos y pereciendo ahogada en el tercer intento junto con su alumna.
“En diferentes fechas se ha recordado a la “Heroína de Etchojoa” . El gobernador de Sonora Ignacio Soto el 25 de junio de 1955 develó un busto en “La Casa del Maestro” en Hermosillo, Sonora y el Presidente Adolfo Ruiz Cortinez le entregó, post morten, la Medalla Ignacio Manuel Altamirano. Una escuela, y el boulevard principal de Etchojoa de oriente a poniente llevaba su nombre. En fecha reciente y ante la inconformidad popular destinaron sólo la mitad de dicha rúa para la homenajeada, designando el resto para honrar a un ex rector de la UNISON nativo de la región al que la mayoría de los pobladores no lo consideran de la estatura moral de la maestra”.
En su lugar de origen Nayarit, se ignora sobre algún reconocimiento público y permanente a tan distinguida acaponetense.

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